
No ocurre muy a menudo pero cuando sucede el espectáculo es grandioso. Son minutos de fútbol desnudo, sin envoltorios. El mayor apuro para los técnicos y el placer más gratificante para el aficionado medio. El entendido frunce el ceño y asiste con asombro al descosido, como si se tratara de una puesta en escena menor, impropia de dos equipos a los que se les presupone pizarra y jerarquía como Madrid y Milan. Y es que la última media hora deparó una locura momentánea ajena a un partido perezoso, más propio de una pachanga entre solteros y casados que a la máxima competición continental. Con un Milan con pinta de vagabundo, jugando al trote, y un Madrid encomendado a los arreones de Raúl.

En defensa los de Pellegrini se descomponen ante equipos que proponen juego por las bandas, ya sean volantes o extremos. Ahí Ramos y Marcelo juegan en el alambre, sin coberturas y expuestos a talentos como Pato, el contrapunto juvenil de un Milan con aspecto de geriátrico. En el costado izquierdo Ronaldinho ofreció un espectáculo bochornoso. Protagonista universal en el Barcelona, de rossonero no es más que una opción secundaria en un grupo sin hambre, de pasado lujoso y miseria presente. Ni rastro del equipo dinámico y competitivo del pasado reciente, este Milan parece un equipo de futbolín.
