
No ocurre muy a menudo pero cuando sucede el espectáculo es grandioso. Son minutos de fútbol desnudo, sin envoltorios. El mayor apuro para los técnicos y el placer más gratificante para el aficionado medio. El entendido frunce el ceño y asiste con asombro al descosido, como si se tratara de una puesta en escena menor, impropia de dos equipos a los que se les presupone pizarra y jerarquía como Madrid y Milan. Y es que la última media hora deparó una locura momentánea ajena a un partido perezoso, más propio de una pachanga entre solteros y casados que a la máxima competición continental. Con un Milan con pinta de vagabundo, jugando al trote, y un Madrid encomendado a los arreones de Raúl.
No parece este Madrid un equipo preparado para los grandes envites. Hasta la fecha ha suspendido ante los equipos más exigentes y sólo Cristiano parece justificar la inversión realizada. Benzema no concibe el juego como un desafío colectivo; juega como si llevara los cascos puestos, no mezcla con sus compañeros y no encaja con un Bernabéu acostumbrado a futbolistas febriles como Raúl. Kaká no encuentra su sitio. Pellegrini le reserva los últimos metros, le pide que se deje caer a los costados y el brasileño juega con pocos espacios. En defensa los de Pellegrini se descomponen ante equipos que proponen juego por las bandas, ya sean volantes o extremos. Ahí Ramos y Marcelo juegan en el alambre, sin coberturas y expuestos a talentos como Pato, el contrapunto juvenil de un Milan con aspecto de geriátrico. En el costado izquierdo Ronaldinho ofreció un espectáculo bochornoso. Protagonista universal en el Barcelona, de rossonero no es más que una opción secundaria en un grupo sin hambre, de pasado lujoso y miseria presente. Ni rastro del equipo dinámico y competitivo del pasado reciente, este Milan parece un equipo de futbolín.
En este contexto el arreón del Milan en la segunda mitad dejó traspuesta a la afición blanca y a los de Pellegrini, condescendiente hasta ese momento con el declive coral de la escuadra milanista. De repente, el mundo al revés. Casillas dando el cante, Ronaldinho encendido, Pirlo protagonista, Seedorf rejuvenecido y Pato (dos tantos de jugador grande) luciendo su mejor versión tras muchos minutos de ausentismo. 2-3 y punto. El peor Milan que uno recuerdo gana por primera vez en el Bernabéu y tira por la borda la lógica de un deporte voluble, pasional, siempre sorprendente.









